La vida en un convento – El silencio, un camino para enmudecer

“Una cama, una silla, una jofaina…” pero la portavoz del convento nos calma: “no os preocupéis, ya no vivimos como en la Edad Media. Al contrario, las monjas son au­ténticas maestras con el WhatsApp” nos aclara sonrien­te, mientras escribe un sms en su teléfono móvil.

El convento se llama Monasterio de la Purísima Concepción, y sus monjas, las Agustinas Hermanas del Amparo. La historia de este Monasterio comienza a mediados del siglo XIV, cuando un grupo de mujeres de Pollença decidieron fundar una comunidad contemplativa. Las mujeres subieron hasta el Puig de Pollença, también conocido como Puig de María. En este lugar, y con ayuda de los habitantes del pueblo, construyeron su primer convento.

Hacia mediados del siglo XVI, el Concilio de Trento dictó cier­tas disposiciones a todos los monasterios situados en zonas ru­rales obligando a las religiosas a asentarse en las ciudades, y fijar en éstas su residencia. Siguiendo la orden papal, las monjas se trasladaron sobre el año 1560 a Palma, y en 1576, definitivamente, a la calle Concepción a una casa del siglo XIV cedida por un bien­hechor, de nombre “La casa del Brollador” o, lo que es lo mismo, “la casa de la fuente”. Con el paso de los años, y adaptándose a sus necesidades, fueron adquiriendo casas y terrenos adyacen­tes, ampliando cada vez más el Monasterio. Se comenzó a levan­tar el Claustro en 1581, y la construcción de la Iglesia finalizó en 1681, decorándose con frescos, cuadros y esculturas de artistas valencianos y catalanes.

Por primera vez, a la inmobiliaria First Mallorca, se le permite la visita detrás de los muros de este recinto de la Edad Media. Nada más entrar, el visitante es envuelto por un jardín del Edén, y ello, en medio del centro de Palma. El claustro encierra en su interior un jardín cuidado con mucho cariño y mucho esmero, así como un huertecillo de bellos árboles frutales, y enlaza con las habitaciones de las monjas, la Sala Capitular, las salas comunes y el acceso a la Iglesia. El visitante se siente trasportado en el tiempo. El silencio reinante sólo es interrumpido por la voz de la madre superiora, quien con simpatía, nos responde a cada una de nuestras preguntas.

¿Cuál es la historia de la nuez de plata? La abadesa del Monasterio de Santa Margarita quiso tallar un Cristo para su con­vento, y para ello pidió a una vecina que le cediera un nogal que ella poseía. La vecina se negó a venderle su árbol ya que vivía de la venta de sus frutos. Al año siguiente, el nogal dio un único fruto. La dueña del árbol, desconcertada, lo consideró una señal divina y decidió regalar el nogal a la madre superiora. La leyenda nos dice que, una vez que los talladores empezaron a trabajar el nogal, descubrieron en su interior la talla del Cristo; y en el interior de la única nuez, un pequeño conjunto escultórico de la Crucifixión. Por esta razón, se decidió bañar la nuez en plata y venerarla junto a la talla del Cristo.

 ¿Cuántas monjas viven en el convento? Ocho, de las cuales cuatro requieren cuidados especiales.

¿Cómo es el día dentro del monasterio? Después de levantarnos, comienza la ora­ción y el rezo de Laudes, a continuación desayuno común y obligacio­nes diarias, a las 12.00 rezo del Ángelus, a las 13.00 almuerzo, a las 17.00 rezo de Vísperas, Santo Rosario y Eucaristía. A las 20.00 cena y convivencia fraterna.

¿Cuáles son las reglas por las que se rige esta congregación? Como congregación religiosa, básicamente, por la emisión de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia a los que se unen el trabajo y la oración.

¿Qué tareas misioneras per­sigue la Congregación? La congregación de Agustinas Hermanas del Amparo se dedica a la enseñanza y a obras sociales. Actualmente atiende a misiones en Perú, Honduras y Nicaragua dedicadas cole­gios, guarderías, atención sanitaria, comedores sociales y atención a la mujer. En España, la Congregación tiene a su cargo obras sociales y colegios concertados católicos e internados, financiados parcialmen­te por el Estado y Fundaciones.

Escuchamos atentamente a la madre superiora y disfrutamos del si­lencio imperante; posteriormente, nos adentramos en su compañía en otras de las joyas del convento: el idílico jardín frutal, la pequeña capilla y la Iglesia. Tras más de una hora, nos despedimos de este precioso lugar de silencio y reflexión, que sólo se puede visitar previa cita.

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